CRÓNICA 10.000 DEL SOPLAO
- Yo sé quién soy, yo soy Campurriano.
"Elige la vida.
Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor
grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y
abrelatas eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elige
pagar hipotecas a interés fijo. Elige un piso piloto. Elige a tus amigos. Elige
ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una
amplia gama de putos tejidos. Elige bricolaje y preguntarte quién coño eres los
Domingos por la mañana"
Así empezamos
Campurrianos, con parte del monólogo inicial de la archiconocida película
Trainspoting, para narrar nuestra inolvidable experiencia en la aventura de
"los 10.000 del Soplao".
Y es que este monólogo
está cargado de realidad, una realidad que correspondía al fiel reflejo de la
sociedad de la periferia en Inglaterra en los años 90, allá donde la población
se perdía entre una educación irreal y en la pesadilla de la heroina. Esta película,
sigue siendo actual hoy, sobretodo porque el film encierra una crítica feroz
sobre la realidad, a través de un viaje introspectivo hacia el interior de uno
mismo, nuestra esencia, mostrándonos como el hombre occidental intenta escapar
de la odisea de los problemas habituales de su sociedad.
Y es que este fin de semana ha estado plagado de aventuras u
odiseas. Aventuras que empezaron hace
mucho, en el momento que la maquinaria del equipo marcó el rumbo, indicando la
dirección hacia la superación, el camino hacia la leyenda, hacia los 10.000 del
Soplao.
Y es que esta superación
no comenzó este fin de semana, comenzó muchos meses atrás cuando decidimos
aceptar el embite, cuando asumimos que nuestras vidas tendrían que cambiar
durante muchos meses para poder encarar tan duro reto, cuando acordamos con
nosotros mismos que todo lo que girara a nuestro alrededor, tendría ahora que
orbitar entorno a la preparación de El Soplao.
Y es que, ¿cuánto de lo
que este fin de semana hemos conseguido, se lo debemos a familiares y amigos, a
nuestros hijos, a nuestras inseparables parejas, a nuestros queridos padres?.
Se lo debemos a todos ellos, porque sin ellos, nada de esto habría podido
ocurrir, porque sin su apoyo y sacrificio, sin su ánimo, sin su altruista
manera de comprender las muchas horas que Papá no estuvo en casa, porque se
tuvo que ir a rodar con su bici para preparar la prueba, en definitiva,
sin su ayuda, este sueño no se habría podido cumplir.
Y como de cumplir sabemos
en este equipo, la escuadra Campurriana aterrizó en mayoría en Cabezón de la
Sal el viernes por la tarde, con buena onda, pero con los nervios y con las
dudas habituales, con las que cuenta cualquier ser humano, que está a punto de
medirse ante el mayor reto deportivo de su vida, aguardando con impaciencia el
preludio del día de la gran batalla.
Batalla que pronto quedó
mostrada, a través del increíble ambiente de un pueblo absolutamente volcado
con la prueba, en forma del lanzamiento de los primeros guerreros de la
categoría Soplaoman. Verdaderos superhombres, que pusieron el toque de la
heroicidad el viernes por la noche en Cabezon de la Sal.
Y así, con el
asombro de comprobar que hay otros que no se conforman solo con la batalla de
la bici y quieren también correr y nadar, con la complicidad de tus
compañeros que están igual de nerviosos que tú y con la tripa llena de
hidratos tras tripitir platos en una suculenta cena de amigos, así comenzó la
primera batalla de El Soplao - la batalla psicológica -; que comienza a reinar y planear
sobre las cabezas de casi todos. Unos sacaron el libro de las excusas y dijeron
que no habían entrenado lo suficiente, otros hacían alusión al sobrepeso con el
que se presentaban, otros señalaban a que esto era su primer intento, otros
decían que si explotaban buscando mejorar crono y abandonaban que no pasaba
nada, otros hacían alusión a que habían tenido un fuerte día de trabajo y que
le pesaban los kilómetros conducidos hasta Cantabria y otros sencillamente no
podían desalojar el estado de nervios sin poder pegar ojo, presas de los
nervios, temblando de miedo, eclipsados con la sombra y el pánico de la duda,
de esa sensación que te invade para no soltarte hasta haberte torturado el
alma, mostrándote el camino hacia el fracaso, hacia el vacío donde nadie se
quiere precipitar ante tan grande reto.
Y así conciliamos el
sueño, unos durmiendo en camas de matrimonio, otros en furgoneta, otros en una
casona y otros en un hotel y en pareja; así pudimos dejar atrás nuestra primera
gran cuesta, pudimos quitarnos la primera gran capa de la piel que esta prueba
nos haría mudar, en la transformación hacia un nuevo estado de la
felicidad.
Y así, a toda prisa,
desayunando de forma improvisada en la furgoneta, a las 6:00 horas ya estábamos
aparcados, montando el equipamiento deprisa, comprobando que toda la munición
estaba en correcto estado de funcionamiento, verificando que nuestras monturas
estaban afinadas en la clave musical del "sí, puedo". Así, tras
verificar por enésima vez el estado del tiempo, cerramos filas con el uniforme
Campurriano decidido para la ocasión y nos fuimos a toda prisa a coger el mejor
sitio posible de salida (importante, fuimos miles de participantes) y a
encontrarnos con nuestros compañeros restantes.
Y como de restar no
sabemos en este equipo, una vez nos encontramos nos agrupamos en 2 grandes
grupetas, una la punta de lanza que iría a marcar el mejor tiempo y la otra, el
escudo, que inseparable, fuerte e invulnerable, se unía para multiplicar
fuerzas, para buscar el ánimo y la energía necesaria, para aguardar las casi 2
horas que quedaban para escuchar la traca que marcaría la salida.
Aquí nos empezamos a
reencontrar, comenzaron las primeras bromas, los encuentros con personal
conocido incluso de Alcalá, empezaron las conversaciones con una invitada de
honor que se transformaría en nuestra mejor animadora, dimos los últimos
retoques a transmisiones y pequeños contratiempos en mecánica que surgieron
justo antes de escuchar, el ya famoso y clásico Thunderstrack.
Pum, pum, salida de los
10.000 del Soplao. El corazón latiendo deprisa, el personal con ansia de
comenzar a calar rápido y comenzar a rodar, el pueblo rugiendo por las calles y
deseando el mejor de los finales para los 4.800 valientes que partieron de
Cabezón de la Sal.
Y así, cogiendo la rueda,
siguiendo la estela de la mancha naranja, comenzamos a disfrutar de la
experiencia prometida, de la prueba que nos haría coronar el cielo de
Cantabria.
Y no tardaron en aparecer
las primeras buenas cuestas, los primeros grandes rampones, en terreno roto,
también en asfalto. Aparecieron también los primeros tapones, los nervios por
querer avanzar, pero también comenzaron las primeras buenas sensaciones,
comenzamos a comprobar, que nuestro motor sonaba fino, que estábamos
alejadísimos de la zona donde se encendía el turbo, que sin meter tercera no
parábamos de dejar atrás a los demás participantes, que con igual valentía, se
metían sin darse cuenta los primeros 1.000 metros de acumulado del día.
¡Y vaya día de
cuestones!, esta zona de Cantabria no sabe lo que es un llano. Increíblemente
no se para de subir, es como que te encuentras en un limbo siempre subiendo,
como que una vez que le pillas el truco a ir cómodo en un 6-8 % dieras por
hecho que esa inclinación es la normalidad en la zona de la prueba.
Y lo que no era normal,
lo que jamás podremos olvidar, fueron aquellos prados verdes que cual moqueta,
cubrían los laterales de cualquier lugar, mostrando la belleza de Cantabria, el
poder de una naturaleza viva que eclipsaba cualquier mínima muestra de
sufrimiento generado por el desnivel de las cuestas.
Y lo que sí fue de nivel,
lo que jamás se nos olvidará, fue la implicación de cada uno de los lugareños
que patrullaban por los pueblos donde pasábamos para no dejar de animar:
abuelos con sus garrotas gritando, señoras con cazuelas y otros utensilios de
cocina liándola, niños gritando sin parar, adultos y adolescentes volcados en
hacernos sentir el apoyo y aliento de una zona que se viste con sus mejores
galas y nos muestra la impagable hospitalidad y compañía, que tanta falta hacen
en una prueba tan psicológica, recargándote de energía mental con su ánimo casa
vez que pasabas a su lado, haciéndote sentir parecidas sensaciones a las que
Perico, Indurain o Contador hayan podido sentir en cualquiera de sus grandes
citas donde el público se haya volcado en animar. De verdad que fue constante,
interminable, impagable; vimos hasta un tío tocando a toda hostia la guitarra a
la misma vez que daba pedales en una rueda que no paraba de girar.
Y así, ya divididos y
cada Campurriano centrado en sus objetivos, nos adentramos en el monte del
Soplao y llegamos al Monte AA, dejando atrás los primeros 47,5 kilómetros y los
2.500 metros aproximados de acumulado, comprobando una vez más, que no teníamos
ni rastro de cansancio, ni de fatiga, en esta primera gran parte del pulso que
esta prueba nos marcaba en nuestro track.
Y es que nos dio tiempo
de cruzarnos con amigos de Ávila, nuestros queridos compañeros de Los Pantani,
grata sorpresa que nos motivaría aún más, a ir con buen ánimo en inmejorable
compañía, hacia uno de los primeros órdagos de la partida, el duro y largo
monte de El Moral.
Madre mía..., no sé si
fueron 700 u 800 de acumulado en una sola cuesta, interminable, a ratos con un
calor sofocante, mentalmente golpeadora, que no te permitía ni un respiro en el
largo reto de coronar, la cumbre situada en los 72,5 kilómetros de la ruta que
nos situaban en los 3.000 y pico metros de desnivel.
Y allí, en una de las
cimas más bonitas que habíamos coronado en nuestra vida, volvimos a comprobar,
que el tanque de gasolina estaba más de la mitad lleno, que aún no habíamos
gastado ninguna de las 6 balas que en forma de gel alguien enfundaba en su
cintura.
Y de cintura si que
fuimos sueltos, tanta cintura tuvimos, que después de precipitarnos por una
vertiginosa bajada, donde mis 69,5 kilómetros por hora de punta según Strava,
no fueron suficientes para dar caza a los dos galgos que hoy iban con el
limitador puesto, nos pusimos con suficiencia a comenzar el siguiente órdago a
pares del día, la ascensión al durísimo monte de Fuentes. La subida más larga
de la jornada, casi 800-900 metros de desnivel, tendido pero constante, con
solo un par de suspiros que sirvieron para recargar energías y para disparar la
primera bala del día, un gel revitalizador que me puso a disfrutar y a escuchar
con atención, como uno de los participantes, al ver nuestra equipación
Campurriana, nos explicó en pleno rampón nuestros orígenes. Fue un momento
mágico, tanto por la explicación, como por la comprobación de que íbamos
charlando en plena subida y de forma natural sin demasiada fatiga, con los
demás sufridores de la prueba asombrados por la escena. Y aquí tenéis nuestro
origen Campurriano, existe una comarca de Cantabria que se llama Campoo, que
tiene como gentilicio
Campurriano/a. https://es.m.wikipedia.org/wiki/Comarca_de_Campoo-Los_Valles
Esto que te lo cuenten en
las condiciones que he descrito, no tiene precio. Nos estuvieron explicando el
origen de las galletas, el efecto de la globalización en su venta a Adam Foods y el por qué de su
nombre: https://es.m.wikipedia.org/wiki/Galleta_campurriana
Insisto, la imagen es una
cuesta interminable con decenas de bikers en el más absoluto silencio por el
drama de un esfuerzo inhumano, y nosotros flipando de cómo un compañero nos
contaba nuestro propio origen, entre risas y asombro.
Y que necios fuimos,
pensábamos que muchas de las veces que nos animaban y nos gritaban "¡esos
Campurrianos!", era porque nuestra escuadra era famosa por sus logros, que
nuestro eco resonaba por tierras lejanas... Comprobamos que esos ánimos venían
con la misma intención de empujarnos hacia la meta, pero con un tinte de apoyo
a un supuesto equipo local de la zona. ;-).
Y henos allí, en la cima
del mundo, en el kilómetro 102.7, allí cual Ulises en su Odisea, evitamos el
canto de las sirenas del agotamiento, con la armadura muscular y mental
intacta, con dolores articulares muestra de la dureza de la batalla, pero con
la satisfacción y tranquilidad del que sabe que lo más duro ha pasado, que los
3.500 metros de desnivel aproximado en nuestras piernas, no han producido
ninguna fisura en nuestro espíritu, que por momentos crece en emoción, una
emoción que fue difícil de contener por el que escribe, ya que sabiendo que era
la parte menos fuerte del tridente, sabía que si no ocurría nada extraño,
el reto era nuestro, que solo era cuestión de tiempo.
Y con el tiempo hasta el
último momento estuvimos negociando, fueron tantas horas, tantas subidas y
bajadas, tantos kilómetros, que el clima amenazaba con cambiar en cada ladera
conquistada, en cada monte superado, hasta que la amenaza se tornó en acto y la
lluvia cazó en forma de tormenta, a los más adelantados del día, a la punta de
lanza, multiplicando la épica de la batalla, aumentando el grado de superación.
El escudo de esta se libró, ya que la suerte siguió de nuestro lado y pudimos
cobijarnos en un avituallamiento con carpa que nos resguardo del duro medio
granizo, que terminó por poner unos tintes de color impresionantes a los prados
de la zona, por donde con total naturalidad, relinchaban caballos salvajes,
paseaban vacas del tamaño de un camión, animales que nos acompañaron durante
gran parte de la prueba y a los que hubo que sortear al limite en bajadas de 70
por hora.
Y lo que ya no era
cuestión de un sorteo, era la finalización del pulso en el kilómetro 135, el
duro, mítico e inolvidable monte del Negreo. Con 4.000 de acumulado en las
piernas, se concentraban todos los supervivientes de la prueba en torno al
último gran avituallamiento. Allí donde la pareja de uno de los nuestros,
volvió a esperarnos y a empujarnos con sus incansables ánimos, allí donde
familias enteras se volcaban en apoyarnos; véase una niña de 7-8 años que se
emperró en sujetarme la Camber mientras yo iba a por un bocadillo de lomo recién hecho y otro de tortilla, para reponer las últimas energías. Esta
niña no me dejó tumbar la bici en el suelo, hasta que no me vio que había
terminado de comer y la expliqué con gratitud, que ya no me hacía falta su
ayuda, sólo en ese momento, me dejó para rápidamente seleccionar a quién iba a
ayudar de nuevo. Ese espíritu de la niña, fue el que nos acompañó en toda la
aventura, un apoyo impagable que hace merecedor de la calificación de esta prueba,
de una de las mejores experiencias de mi vida, en cuanto al encuentro de los
mejores valores que el ser humano puede mostrar.
Y lo que también se
mostró en ese punto, fueron los innumerables abandonos de muchísimos ciclistas
que llegaron rotos a ese avituallamiento, que desgraciadamente iban bajando del
Negredo porque no habían podido culminar el duro reto de unas rampas que nunca
se me olvidarán. Parecía que para atravesar el infierno Cántabro, estas
personas no tenían la moneda necesaria para que Caronte el barquero, les
llevará hasta la cima de
Cantabria. https://es.m.wikipedia.org/wiki/Caronte_(mitolog%C3%ADa)
Visto esto, gastamos una
nueva bala de gel antes de comenzar la ascensión aterradora, inimaginable a
esas alturas, momento en el que fuimos testigos de una nueva imagen tan
impresionante como bella, tan llena de esto que íbamos en busca este fin de
semana, vimos lo más fuerte de la jornada. En plena ascensión al Negreo, allí
donde muchos cayeron como moscas, un ciclista minusválido ciclando con solo una
pierna, nos mostró como no hay mejor gel que el espíritu y la tenacidad, como
el querer es poder. Con las pupilas abiertas como dos galletas Canpurrianas, en
plena ascensión poniendo al limite las piernas, nos quedaron energías para
animarle a seguir con su gesta, una hazaña que nos mostró la gran altura y el
enorme corazón de esta persona, que sin querer nos gritó a todos los que les
rodeamos en la ascensión "SI SE PUEDE". Esa fue la moneda con la que
pagamos a Caronte, para acceder sin pena y con mucha gloria al pulso final de
la jornada. Te lo agradezco de corazón.
Y una vez conquistado el
Negreo, cada pedalada que dimos nos alimentó nuestro espíritu con una
felicidad inenarrable, conscientes de que quedaba tanque de combustible para
acabar y mucho más, solo quedaba disfrutar de los últimos 25 kilómetros de la
jornada. Distancia marcada por las bajadas y pequeños repechos con mucha piedra
escondida tras el barro, que terminó por fusilar a muchos que llegaban con las
fuerzas justas, haciéndonos disfrutar a nuestra escuadra, ya que fue de los
pocos espacios de diversión un poco técnica que nos ofreció El Soplao.
Y lo que sí ofrecimos
todos fue nuestra mejor versión. Véase la maquinaria por delante, alcanzando
unos tiempos que solo están al alcance de verdaderos guerreros, o la
consecución del primer Soplao de aquellos que quisieron marcar buen ritmo en la
jornada, o del disfrute y digo con mayúsculas, disfrute, que el escudo
Campurriano llevó a lo largo de toda la jornada. Estoy plenamente convencido de
que hemos sido de las pocas personas que en su primer embite del Soplao, han
disfrutado cada kilómetro con una sonrisa, con una actitud que a veces rozaba
la fiesta. No os podéis imaginar cómo nuestro fundador iba cantando en todas
las cuestas, allá donde nadie hablaba y todo el mundo iba sufriendo, con su
imposible inglés "Bad boys watcha gon,watcha gon,watcha gonna
do? When they sudedongdong come for you? " y después decía, "me
encanta este musicón" acto inmediato se descojonaba lo que nos hacía a
nosotros partirnos de risa. Pero había mucho más, otro tema que no consigo
entender la letra, que decía algo así :"people wachi waaaachooo" y te
soltaba gritando "pero no querías entrenamiento, pues toma
entrenamiento" y se descojonaba o el clásico "vamos hombre" o el
"hay que improvisar, vencer, adaptarse" o se ponía a imitar a Bisbal
diciendo "es que madre mía, no me creo lo que estamos consiguiendo"
jajajaja. A todo esto, poneros en la imagen de cuestas infinitas, que a duras
penas te permitían prestarle atención, pero que debido al nivel de decibelios y
el énfasis que ponía en sus citas, a todo el mundo iba dejando huella. Pues así
164 kilómetros, de risas, con cada una de estas que soltaba, el otro animalito
de bellota se descojonaba y le daba por hacer un sprint de dos kilómetros
subiendo, para llegar a coronar el primero y tener todo el avituallamiento
preparado para nuestra llegada. Inolvidable. Por mi parte, con una felicidad
inmensa durante toda la prueba, poniendo el contrapunto necesario a tanta
vitalidad y ansiedad por ir más deprisa en detrimento de perder la inmejorable
experiencia que ha quedado forjada a fuego en nuestro corazón, tras la
conquista de los 10.000 del Soplao.
Y es que esta experiencia
inolvidable, impagable, impresionante, indescriptible, incomparable,
maravillosa, majestuosa, etc, etc, no habría sido posible sin todos vosotros, a
los que en especial quiero dar las gracias por ayudarme a superarme a mi mismo,
a transformarme para siempre, para no volver a ser el mismo de antes jamás.
Gracias a mi pareja, a mi hijo, a mis padres, a mis amigos y muchas gracias a
todos vosotros Campurrianos, en especial a Iván y Jaime, por haberme empujado
hacia el límite para conquistar una cima personal que nunca podré olvidar.
Y lo que no se me puede
olvidar son las innumerables risas y buenas sensaciones que este fin de semana
nos ha regalado. Estoy con la voz ronca de las risas, del descojone, de esas
sensaciones tan propias de nuestro equipo, que marcan el por qué de nuestra
comunión, por lo que recuperando el monólogo de Trainspoting con el que abría
la crónica, puedo decir sin vacilar que "Elijo la vida. Elijo un
empleo. Elijo una carrera. Elijo una
familia. Elijo un televisor grande que te cagas. Elijo lavadoras,
coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elijo la
salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elijo pagar hipotecas a
interés fijo. Elijo un piso piloto. Elijo a mis
amigos. Elijo ropa deportiva y maletas a juego. Elijo pagar
a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos
tejidos. Elijo bricolaje y lo que no elijo, es preguntarme quién coño
soy los Domingos por la mañana, porque yo lo tengo claro, yo sé quién soy, yo soy
Campurriano.
Ruta Villanueva Race 2016
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